Crónica de un Celsius

Cada vez que escuche Este fin, de Andrés Lewin, mi mente se trasladará inevitablemente a Avilés. A una época no muy lejana en la que, a cada paso que dabas, te topabas con un libro. Con él o con su autor.

Y haré esto, inconscientemente, porque en las noches de Celsius en las que no podía dormir, y abríamos de par en par las ventanas, y me arrebujaba feliz en la mantita, me ponía los auriculares y escuchaba esta canción. Me gustaría poder decir que no dormía a causa del nerviosismo por conocer a mis autores favoritos al día siguiente, pero lo cierto es que uno de mis compañeros de viaje roncaba, en su más humilde opinión, como un dragón. 

Era mi primer año. Nuestro primer año.

Cogimos el coche, y por las carreteritas del Norte, entre sus montañas enrevesadas y sus pueblecitos fantasmas, evitando así al troll del puente que nos cobraba el peaje, llegamos a nuestro destino.

El Celsius. El maravilloso Celsius, festival de libros y casa, como pudimos comprobar, de los miles de lunáticos que nos entregamos a esos objetos rectangulares llenos de páginas que tantas puertas nos han abierto.

Y no dábamos abasto. Porque si no había una presentación, había una charla, y si no había una charla, había una firma, y si con esto no bastaba, pues todo a la vez. Y corrías a la carpa, y de la carpa a los puestos, y de los puestos a la sala de conferencias, y de allí a casa. Eso sí, obligada.

Pero no pasaba nada, porque al día siguiente, vuelta a empezar.

Joe Hill se dejaría la muñeca plantando firmas, pero ¿y lo feliz que soy yo con mi fénix estampado en la primera página?

E Ian Watson y su bastón de Cthulhu, poniendo caras en las fotos y alentando a una pobre paloma con un trozo de pan demasiado grande a alzar el vuelo. ¡Coraje, coraje!

¿Y cómo no mencionar a David Lozano? Lo que me puedo reír yo en sus presentaciones. No puedo decir lo mismo de sus libros (ojo, que son de mis favoritos).

Y Cotrina y Gabriella, que siempre parece reconocerme, más maja ella.

Y Concha, y Abercrombie, y todos los Ians habidos y por haber. Y aquellos escritores, e ilustradores, artistas y organizadores que olvido mencionar.

¿Y las risas que nos echamos? Los viajecitos de un sitio para otro, y de otro para un sitio. Y los cachopos. Y el super Mario, y los perros mañaneros. ¡Siete, ni más ni menos! ¡Y más cachopos! Y el dinero, oh, el dinero. Cómo desaparecía del bolsillo. Volaba que daba gusto. Un billete para ti. Toma estas monedas, ¿para qué las quiero? Sí, sí, puedes quedarte con mi primogénito, ¡pero dame libros!

Ibas por la calle, y además de cruzarte con 400 perros, veías a personas que estaban allí por lo mismo que tú. Y tú lo sabías, y ellos lo sabían. Y la complicidad era tangible.

Hasta que el último día dijeron: "se acabó". Cerraron la carpa, la sala de conferencias y todos los puestos. Casi me entallan los dedos intentando echar mano al último libro.

Pero mientras caminaba cabizbaja de vuelta al coche, con el brazo dolorido de tanta bolsa que llevaba, pensando en las horas y horas de viaje que me esperaban, y en el calor que me recibiría, escuché que alguien decía: hasta el año que viene.



Que este fin
No es el fin
Es continuará

Comentarios

  1. Que casi me emociono tia, Lore! xD
    Si es que no te ha olvidado de nada y qué bien expresado. Qué días más estupendos (exceptuando cierto contratiempo, 😏). Efectivamente, hasta el año que viene. Descuida que ya tengo guipados 2 o 3 sitios estupendos para quedarnos los 5 en Avilés. En cuanto salgan fechas me lanzo como gato al bofe. El año que viene no nos obliga ni Cthulhu a tener que volvernos en ningún momento. He dicho.

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    1. ¡Oooh...! ¡El primer comentario! Aiss <3 Me alegro de que te haya gustado. Y, oye, que la oferta sigue en pie, ¿eh? Si queréis publicar cositas conmigo, bienvenidos seáis :D

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  2. Ooiiisss Lor, ¡¡pero qué maravilla de crónica!! ¡Me encanta!

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    1. ¡Aaaay, gracias! ❤️ Lástima que no la vaya a leer nadie más, jaja.

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