Reseña "La extraordinaria familia Telemacus"

¡Buenas tardes, damas y caballeros! ¿Listos para el show? 


Hoy os traigo un título de lo más interesante: La extraordinaria familia Telemacus, de Daryl Gregory. Una novela... bueno, qué digo, una novelaza. Un novelón. La ultra mega novela. Una historia como nunca antes había leído. Y os pongo un poco en situación:

Tenemos a Matt, un chico que descubre que puede salir de su cuerpo en un viaje al plano astral. Su madre, Irene, que posee un radar, a veces no tan útil, de mentiras. El tío Frankie, un hombre desesperado capaz de mover objetos con la mente. Tío Buddy, mi Buddy. El Vidente más Poderoso del Mundo, capaz de ver el futuro. Y el abuelo, Teddy. Un estafador, un fullero descendiente de semidioses griegos (o eso dice él). La historia nos traslada a 1995, a un punto no demasiado culminante en la vida de nuestros héroes. 


Y... ¡uau! Últimamente son pocas las novelas que consiguen mantenerme despierta hasta altas horas de la madrugada, con unos párpados cansados que lo que quieren es echar el cierre. Pero ésta ha sido, como cabía esperar, una de ellas.

Me ha resultado una lectura de lo más amena y ligera, a la que no le falta ni sobra de nada. Cada palabra, cada reacción, está perfectamente encajada. Su autor no podría haber escrito un guión más adecuado para sus personajes, que estudiaban sus papeles y salían al escenario a representar la actuación perfecta cada vez que yo abría el libro. 

He sido testigo de los chanchullos más inconfesables, de los enamoramientos más inverosímiles, de las idas de olla más monumentales, de los juegos de cartas más fascinantes, y de las exasperaciones, los miedos, los sentimientos, más insondables. Aunque si he de quedarme con algo, elijo sin duda a Buddy. Ese personajillo callado e inexpugnable que parece formar parte del decorado, pero que se convierte en la clave de algo mucho más grande. Y, a medida que vas leyendo, te vas dando cuenta de los entresijos que forman parte de su mente, y de cómo todo va encajando capítulo a capítulo, y cómo te arrastra a toda esa locura, y pasas las páginas deseando saber más, y ya no quieres ni olas, ni círculos, ni estrellas, ni cuadrados. Sólo cruces, y cruces, y más cruces.

Casi me siento culpable por empezar a leer esto dos noches después del día del Blip, como si estuviera mal. Como si estuviera prohibido intentar arrojar un poco de luz entre tanta oscuridad. Como si no fuera correcto seguir aquí. Casi me creo todo lo que me contaban. Casi me engañan también a mí, tan inmersa me encontraba en este falso caos que es la ficción. 

Pero es que esta historia... buah, esta historia va más allá. Juega con tu mente, con tus percepciones, con tus conceptos del presente, del futuro y del ayer. Todo en ella está bien. O mal, no lo sé. Sólo sé que no podía parar de leer. Y me daban las 2, y las 3 y las 4, y hasta las 12:06. Pero mis ojos no se apartaban, por mucho que yo les dijera lo contrario. Devoraban y devoraban vocales y consonantes, hasta mayúsculas, ¡y querían más! Y ese final. Ese final tan sumamente arriesgado, pero tan bien expuesto y desarrollado. Con un montón de gente de acá para allá, transmitiéndome su propia urgencia. Juro y prometo y garantizo que esas últimas páginas lo he pasado mal. Que he estado nerviosa hasta el último momento, con una emoción incalculable en el cuerpo, trabucándome incluso cada dos o tres frases de la prisa que tenía por descubrir el desenlace. 

Ha sido toda una experiencia. Un libro obligatorio en las estanterías de todo lector que se precie. Casi he creído verlo volando alguna que otra vez hacia mis manos, instándome a seguir leyendo. De lo que no estoy segura es de si quien lo ha movido he sido yo. He creído salir de mi cuerpo y, al mirar hacia abajo, contemplarme inmersa en la lectura, arrellanada en mi sillón. Le he acabado pillando las mentiras y las medias verdades, y en algunos momentos incluso podía asegurar alguno de sus movimientos, como un recuerdo futuro de algo que estaba a punto de suceder.

Pero, al final, no acaba siendo más que un truco. Una ilusión. El as en la manga de un prestidigitador

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